En lo más profundo, se da cuenta de que él no es -ni puede ser- el máximo ser en perfección (¡no soy Dios!) y que él mismo no explica su existencia (mi propia existencia no puede explicarse a partir de mí mismo), ni su vida (lo que soy y cómo soy no se debe a mi decisión).
Experimenta también una fuerza irresistible hacia la felicidad, y comprueba que nada ni nadie la puede satisfacer en este mundo.
Todo esto lo hace un ser esencialmente religioso.
Busca alguien más grande, más pleno, más perfecto... y cuando lo encuentra lo reconoce como ser supremo: el único que puede darle la felicidad para la que se da cuenta ha sido creado, y que anhela con todo su ser. Y por eso mismo se abre al El.
No hay comentarios:
Publicar un comentario